“Paloma”. Gringa Chaqueña”. Nilda nació el 8 de julio de 1950, en Machagay, Chaco; pero un registro oficial de asesinados da la misma fecha de nacimiento, pero en Villa Ocampo-General Obligado-Santa Fe. Tenía 26 años. Docente. Estudiante universitaria en Corrientes donde cursaba Asistencia Social. Existe un documento firmado por un militar en el que solicita al cementerio que entierre el cuerpo que pertenecería a Nilda Graciela Peters. Su cuerpo fue recuperado en el ‘83, estaba enterrado en el cementerio de Santa Fe. Actualmente sus restos descansan en Machagay, en el mismo cementerio que está la tumba embanderada de su primer héroe juvenil, Isidro Velázquez (ver más adelante). Había sido asesinada de un disparo en la cabeza, por la dictadura cívico-militar un 23 de octubre de 1976, cuando irrumpieron en la casa donde atinó a refugiarse al ser perseguida, ubicada en Alvear 5754, Santa Fe. Era militante de Juventud Peronista y Montoneros. Su amiga María Bar rememora: “La conocí a Nilda, en pleno año 70, era joven, linda, tierna, sostenedora de un humor único, estudiante en la entonces Escuela de Servicio Social de Corrientes. Fui su compañera de estudios, su amiga y con ella aprendí lo que era el compromiso por los más humildes. La vida junto a ella significaba participar de las clases, si era necesario, discutíamos a los profesores, aunque siempre tratábamos de hacerlo con la mejor fundada opinión, estudiábamos hasta el cansancio, hacíamos la práctica en el Bajo Pujol, donde nos recibían mujeres de familias pobres, para diseñar el mejoramiento barrial. Ocupaba una pensión, frente a la Iglesia San Francisco, donde supe lo que era la comunicación. Planificábamos el futuro desde los sueños por una sociedad que – básicamente – debía cambiar y ser más justa. Hablábamos hasta la madrugada, hacíamos culto al pensamiento crítico, a través de los conocimientos que íbamos incorporando. Era cristiana, siempre referenciaba a sus padres, de quienes había aprendido a conmoverse ante la pobreza que sufrían otros, eso sí, nunca perdía la esperanza, mucho menos la alegría, tan presente hasta en el disfrute de los bifes de tatu mulita, que traía de sus pagos. Fue comprendiendo que la era le demandaba de un compromiso mayor, por eso militó, se jugó, y si bien ellos nunca pudieron ante semejantes condiciones éticas y personales de Nilda, no querían que sus ideas se propaguen, considerándola “un mal ejemplo”. Solo el Terrorismo de Estado con monstruos silenciadores de otras tantas miles de vidas, garantizaba la continuidad del status-quo, y por ende de la injusticia social. ¡Ay Nilda! sobre tu final nunca dejé de pensar, en quien dio la orden, quien apretó el gatillo… ¿Cómo pudo ser? Soy inmensamente feliz de haberte conocido, pero mucho más sería hoy si otros pudieran dimensionar el ser humano excepcional que perdió el país, y si yo y tu familia pudiéramos festejar contigo estos 60 cumpleaños, abrazándote, allí, junto a los que menos tienen, igual que en los ‘70″. Otro compañero que la conoció y la quiso mucho fue Jorge Giles, que en su libro “Mocasines. Una memoria peronista” la recuerda de este modo: “Venía de Machagay, un legendario pueblo chaqueño, se dijo cristiana y peronista, seguidora de los Curas del Tercer Mundo, admiraba Evita, se identificaba con la Juventud Peronista y con los Montoneros, y pese a su cristanismo, no había dejado de celebrar, me contó, lo que entonces tenía categoría de justicia popular: la muerte en Timote del dictador Aramburu. Me dijo que conoció aquella vez a Isidro Velázquez, mirándolo junto a otros gurises desde el fondo de su casa, en el patio de unos vecinos, donde se refugiaba el legendario bandido popular que robaba a los ricos y repartía el botín entre los pobres”. Y sobre su asesinato, Jorge dice que ella dijo: “Yo no me rindo, yo no me entrego, vengan a buscarme, hijos de puta, asesinos”. Un milico de apellido Baez la mató, aunque estaba desarmada. Y sigue el relato: “Otros milicos que entraron y los vecinos que se iban acercando vieron el cuerpo intacto de una bella muchacha que era arrastrada hasta la vereda. Y los más curiosos se arrimaron a la valla policial mucho más cerca. Y vieron que de verdad era muy bella la muchacha muerta. Y que de la sien le brotaba un arroyito púrpura. Y que parecía estar viva con los ojos abiertos”.