Roberto
Baschetti

Porcel, Eduardo José

El 26 de noviembre de 1974, a las 15.30 hs. un grupo de aproximadamente 15 personas que dijeron pertenecer a Coordinación Federal irrumpió en la casa de Porcel, ubicada en la calle Maipú 751 de la ciudad de Salta. Él estaba con su hija Anita y sus nietitos. Le ordenaron ponerse de frente contra la pared y las manos en la nuca y comenzaron a golpearlo sin piedad mientras le decían: “Vos sos peronista pesado de la resistencia, hijo de puta, y ahora vas a ver como desaparecés…”. Él tuvo fuerzas para contestarles: “Si, soy peronista y punto…”. De ahí se lo llevaron con los ojos vendados a una dependencia policial y luego lo trasladaron en avión a Buenos Aires, a Coordinación Federal. Sufrió otra paliza y luego lo alojaron en la cárcel de Villa Devoto. De ahí a la de Rawson (“Donde fui maltratado cruelmente por personal uniformado del Ejército argentino”) y luego por fin, a la de La Plata. Como sería su estado, que el director de éste último penal no quiso recibirlo, para no responsabilizarse por su vida, ya que Don Porcel estaba inconsciente, con tres costillas fracturadas y serias lesiones en la cadera derecha. Con la vuelta de la democracia fue liberado y aún hoy renguea de una de sus piernas. Una de sus hijas, Gladys, está desaparecida, (ver registro siguiente), mientras que el varón que lleva su mismo nombre y apellido, fue detenido y liberado luego en 1982, con un tímpano destrozado, también por la tortura padecida. Uno podría llegar a preguntarse porque tanta saña y odio con un hombre mayor (tenía alrededor de 55 años, para ese entonces) y no encontraría una explicación firme si no supiera este detalle: Eduardo José Porcel ocupó el cargo de Director de la Cárcel de Villas las Rosas, para el que fuera designado en 1973 por el entonces gobernador salteño Miguel Ragone. En su cargo Porcel llevó adelante una política de consideración y respeto por el preso social con el fin de que pudiera insertarse nuevamente en la sociedad y suspendió a tal efecto todo tipo de palizas, privaciones y vejaciones gratuitas que solo lograban volver al detenido más resentido e irrecuperable. A mediados de 1974 tuvo que abandonar su puesto debido a los cambios políticos que se avecinaban en nuestro país, donde la derecha peronista arrasó con todo signo de progresismo. La oligarquía salteña nunca le perdonó semejante osadía y se la cobró con su libertad.