“Martín”. “Tiburón”. Nació un 12 de noviembre de 1943 y se ganaba la vida como dibujante proyectista de obras en el Ministerio de Educación de la Provincia de Buenos Aires. Junto con Víctor Hugo Kein era las dos únicas cabezas visibles del Peronismo en la Facultad de Arquitectura platense para 1969, antes del Cordobazo. Como ellos eran por entonces los únicos militantes, se turnaban como “conducción” y “base” alternativamente. Lo que se llama, un par de precursores en todo el sentido de la palabra. Iban a todas las asambleas, copadas por la Izquierda y armaban unos quilombos padres. El “Flaco” Sala medía un metro noventa, era delgado y tenía algo de vaquero en su caminar. Había nacido en un hogar de trabajadores en Berazategui, provincia de Buenos Aires y después de la caída de Perón en el ’55 la pasaron difícil, pero su madre (Ana María Fabre) no se amilanó y peronista de la primera hora –había estado presente nada menos que el 17 de Octubre de 1945 en la plaza con Néstor en brazos- se sumó a la Resistencia Peronista. Años más tarde su madre murió de un cáncer y él empezó a trabajar como el resto de sus hermanos para ayudar a la economía familiar. La lucha frontal contra el régimen militar aceleró los tiempos y tanto él como su novia -y luego esposa de su corta y rica vida-, Mirta Clara (Clara es su apellido) ingresaron en 1971 a las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). En 1972 se fueron a vivir juntos. Y un año más tarde Mirta quedó embarazada. Para el ’74 se casaron: Horacio Machi y Nora Patrich fueron los testigos del Civil. El 11 de agosto de 1974 nació Mariana Sala y su padre de ahí en más, con un babero gigante, siempre. Sala trabajaba en el ministerio y Mirta en la universidad; ambos militaban en los barrios de la zona, ya como peronistas montoneros (luego de la fusión de 1973). La cosa comenzó a ponerse fulera en La Plata y la Concentración Nacional Universitaria (CNU) a secuestrar y matar gente progresista. Al frente de estas hordas estaba Patricio Fernández Rivero, quien por esas cosas del destino y un pasado común en la militancia platense lo conocía al “Flaco”, lo respetaba mucho y más de una vez, café de por medio, habían discutido de política. Muerto Perón el 1° de julio de 1974 se largó de lleno la cacería y en diciembre de ese año lo fueron a buscar a su trabajo. No estaba porque se había quedado dormido. Sus compañeros de labor le avisaron telefónicamente que ni se le ocurriera aparecer. Así fue que Néstor y Mirta, con Mariana a cuestas, se fueron a Mar del Plata. Los persiguieron. Zafaron con lo justo y la “orga” les consiguió cobertura y trabajo militante en el Chaco. Para allá enfilaron. Néstor se metió de lleno a organizar el Partido (Peronista) Auténtico. Fue detenido con su esposa por la Brigada de Investigaciones del Chaco el 9 de octubre de 1975. Los mantuvieron “desaparecidos” un mes. El “Flaco” se dio cuenta que se bancaba la tortura sin mayores problemas y no les dijo ni una palabra, ni una confesión, ni un puto dato. A su esposa, los siniestros la querían obligar a que optara entre seguir torturándola o violarla, en tanto la tenían desnuda sobre un camastro, embarazada de un mes y medio. Luego los “legalizaron”. En mayo del ’76 los trasladaron a Formosa. Allí el cretino de Jorge Eusebio Rearte (quien luego llegara a General de la Nación y fuera Jefe de la Casa Militar durante la presidencia de Menem) lo paseó desnudo por el cuartel –que antes había sido asaltado por Montoneros- en tanto lo torturaban. A todo esto nació Juan, el segundo hijo de Néstor y Mirta. Y luego, de vuelta para el Chaco. El “Flaco” Sala sabía que tenía los días contados, por peronista, por montonero, porque se había bancado la tortura, porque era un líder natural entre los presos políticos, porque no se achicaba nunca ni aún en las peores condiciones. Cuenta su mujer: “El domingo 12 de diciembre de 1976, a la hora de la siesta, un miembro del Servicio Penitenciario Federal, Casco, que era quien continuamente amenazaba con fusilarlo, fue a buscar a Néstor a Resistencia, le dijo que prepara sus cosas para un ´traslado’. Nunca había traslados los días domingo. El ‘Flaco’ le contestó que lo único que pedía era que lo dejaran hablar. Volvió al pabellón y les comunicó a los compañeros que lo iban a sacar; ellos se negaron a que saliera porque sabían que iban a fusilarlo. El ‘Flaco’ discutió con ellos, les dijo que si él no salía los iban a masacrar a todos, que los militares se iban a meter en la cárcel provocando un genocidio. Mientras ellos discutían, los penitenciarios iban llamando a más detenidos que estaban en otros pabellones: Patricio ‘Pato’ Tierno, Carlos Duarte, Luis Barco, Luis Arturo Franzen, Mario Cuevas, Manuel Parodi Ocampo y Julio Pereira. Cuando se fue despidiendo, no solamente se dio un abrazo y un beso con cada compañero, sino que Néstor se paró en un banquito y les habló a todos. Era una estructura con un hall central y con balcones enrejados desde donde se podía ver de piso a piso. El ‘Flaco’ les dijo que sabía que muchos de ellos iban a morir, pero que muchos otros iban a vivir, y les pidió a estos, que les transmitieran a los hijos de los que iban a morir por qué habían luchado y por qué murieron. Les recordó que todos estaban ahí por la misma razón, por ser consecuentes con la liberación nacional y social de todo un pueblo y luego llenó su boca de ese gritó sanmartiniano que dice ‘Libres o muertos, jamás esclavos’ y comenzó a retirarse del mundo, haciendo con los dedos la “V” y silbando y cantando, él y todos, la Marcha Peronista”. De allí los llevaron a la Alcaldía de Resistencia, donde los reunieron con otro grupo de detenidos peronistas “desaparecidos” que provenían de otros cuarteles del Segundo Cuerpo de Ejército. Esa noche les pegaron, los humillaron, los torturaron hasta el cansancio. Sala se llevó el plus de un bayonetazo. A la madrugada los sacaron ensangrentados, casi desvanecidos y en un convoy militar los llevaron a Margarita Belén, a 40 km. de Resistencia donde fraguaron el consabido “intento de fuga” para asesinarlos. Se supo con el tiempo, que el Teniente Primero Luis Pateta, le apuntó al “Flaco” que estaba esposado, inerme, vencido y con un disparo de itaka le destrozó el cráneo. Néstor Sala murió a la edad de 33 años como Evita, como Jesucristo y como el Che.