Roberto
Baschetti

Saleme, María

“Maestra de maestras, con todo el peso histórico que tiene la palabra, María Saleme de Burnichón, simplemente María para quienes tuvimos la suerte de conocerla, supo ser una de las más grandes pedagogas de América Latina. Su cuerpo pequeño, la mirada clara y el andar sereno acompañaron los vaivenes históricos de nuestro país. Su rostro surcado por mil caminos supo de exilios, persecuciones y muerte. Fue, entre tantas otras cosas: maestra rural, docente universitaria, alfabetizadora y militante por los derechos humanos, pero, por sobre todo, seguirá siendo ejemplo de lucha y compromiso ante tantos intelectuales claudicantes y un espacio de claridad frente a tantos ilusionistas de la palabra”, puede leerse en un artículo firmado por Osvaldo Quintana y publicado en la revista virtual “El Colectivo”. María Saleme fue “La Negrita”, hija de padres inmigrantes, la menor de siete hermanos, nacida un 15 de septiembre de 1919 en San Miguel de Tucumán. Sigue diciendo Quintana: “Su infancia transcurría en una casa grande con mucho personal de servicio, ubicada por la zona de Marcos Paz, cercana a Yerbabuena y al Aconquija. Provenía de una familia acomodada, aunque, ya por entonces, venida a menos. Con la temprana muerte de sus padres el lugar se transformó de golpe ‘en una casa de hermanos’ y Manuela, una de las criadas, pasó a convertirse en su ‘nana’, alguien que ejercería una temprana influencia en ella y marcaría su camino posterior. ‘Era una muchacha fuerte, negra como yo, que me calzaba de un brazo y me llevaba como pájaro’, solía contar María y su recuerdo se trasladaba hacia aquellos años en los que compartía la primera escuela con sus vecinos, con los hijos de quinteros y jardineros, la gente trabajadora, con la cercanía de los cerros de fondo, respirando el aire denso de la selva. Tucumán ya era por entonces, una provincia empobrecida, bastante cerrada y con diferencias sociales muy pronunciadas. La temprana relación con distintos sectores sociales iba a abrirle marcas profundas. ‘Conocí el trasfondo de la sociedad’, comentaba con voz suave y ese acento norteño que conservaría a pesar de los años. Tiempo después iniciando la Universidad para estudiar Pedagogía y Filosofía, tendría su primera experiencia en terreno, alfabetizando mujeres de una fábrica de fósforos. ‘Descubrí que, sin saber leer ni escribir, ellas sabían muchas cosas’. Así tempranamente, María comprendió que su lugar estaba con gente que, como Manuela, era analfabeta, pero atesoraba otros saberes tanto o más importantes (…) Cuando en 1948 el peronismo decide la cesantía de 900 profesores en todo el país, María estudiaba en la Universidad de Tucumán, militaba en el Centro de Estudiantes y era delegada de la FUA (Federación Universitaria Argentina). El apoyo a las medidas de fuerza le costó su separación de la Universidad durante cinco años. Tiempo después mientras el presidente Perón llegaba a su segunda presidencia incorporando a la mujer a la ciudadanía, paradójicamente, Saleme ya por entonces profesora, era cesanteada al negarse a llevar el luto por la muerte de Eva Perón que el gobierno había declarado como obligatorio. Al tiempo decide partir hacia Buenos Aires”. Alguna vez dijo a sus colegas públicamente “Estoy harta de que en la Universidad nos amparemos en la autoridad. El discurso nuestro es anti-autoritario, pero pensamos que, si no decimos lo que dice fulano, sutano o mengano, popes de la literatura específica universal, no estamos seguros de estar diciendo algo que valga. Ellos para decir lo que dicen con autoridad estoy segura que se han dado muchas veces de narices, han errado muchas veces ¿Por qué no nosotros? Por eso digo, piensen, piensen, vayan errando hasta que encuentren el camino”. Y seguramente esta premisa de pensamiento también la hizo valer para sus convicciones políticas. Siempre desde la izquierda comienza a revalorar la importancia del Movimiento Peronista en general y del Peronismo Revolucionario en particular como instrumento de liberación social. Posiblemente trataba de congeniar en la teoría lo que ya sabía por su práctica diaria desde pequeña: el pueblo era peronista. Sólo restaba hace propias las mismas banderas de su pueblo. Luego de su paso por Buenos Aires, María se radica en Córdoba, pero en 1966 tras haber sido cesanteada de su cargo por el régimen militar de Onganía parte para México y labora en la Universidad de Veracruz. Vuelve al poco tiempo a la Argentina y se suma a las luchas populares. Reincorporada en 1973 con el gobierno del Dr. Héctor J. Cámpora, desde Córdoba nuevamente, transmite su experiencia a jóvenes universitarios a la vez que se presta para alfabetizar campesinos aborígenes del norte de nuestra patria en el ámbito del Proyecto Crear. Es muy factible que, por entonces, haya militado en las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), al menos un par de compañeros así lo señalan y en dicho sentido puede verse su testimonio fílmico para la posteridad en el documental “Papá Iván”, de María Inés Roqué donde recuerda aquellos años. Lo que si es seguro que se suma a Montoneros un dato que se soslaya o ignora directamente en sus biografías. Su inteligencia, su razonamiento y la teoría revolucionaria que desarrolla a través de su experiencia, las pone al servicio de la revolución. Esto es tan así, que muy pocos saben que es una de las redactoras, junto a otros dos compañeros, de un documento de tono autocrítico, de casi 100 páginas, que pasará a la historia en la jerga de la “orga”, como “El Mamotreto” y que llevará la friolera de dos años para su confección (1978-1980). El golpe del 24 de marzo de 1976, la golpea fuertemente. En Córdoba fue un día frío y lluvioso acorde con los tiempos que vendrían. Una patota militar toma por asalto su casa en Villa Rivera Indarte, se roban todo y secuestran a la familia. Su esposo, Alberto Santiago Burnichón de 58 años de edad (titiritero, editor librero, fundador del grupo plástico “La Carpa”) es separado del grupo familiar. Su cuerpo sin vida aparece un día más tarde, con 7 impactos de bala en su garganta, en un aljibe de Mendiolaza, Departamento Colón, siempre en la provincia de Córdoba. María junto a una de sus hijas, su nuera y dos nietos son primero encapuchados y luego abandonados en el medio del campo. María decide no irse del país y seguir la lucha contra la dictadura más sanguinaria que padecerá nuestra patria. Se traslada a Buenos Aires donde consigue trabajo como empleada doméstica y cuidado de ancianos para poder sobrevivir; será además su cobertura legal. Luego de la fallida contraofensiva montonera de los ’80 a la que ella siempre se opuso, deja la organización y se suma poco tiempo después al Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos hasta el regreso de la democracia en 1983. Recuerda Quintana: “En 1988 la profesora Saleme es elegida por unanimidad Decana de Filosofía y Humanidades en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), ejerciendo el cargo hasta 1990”. Gustavo Morales rememora en el mismo sentido: “Es muy bueno recordar a ‘La María’ como le decíamos los estudiantes de Filosofía de la UNC, donde ella fue la primera decana electa por la Asamblea de la Facultad, algunos años después de la recuperación de la democracia. Fue propuesta por cuatro claustros, pero fundamentalmente los estudiantes y la Agrupación FUNAP, (Frente por una Universidad Nacional y Popular), tuvimos en María a una compañera clara y justa que nos acompañó y apoyó nuestros reclamos y propuestas. Para ser justos también con ella, no hay que olvidar su militancia política en el peronismo revolucionario de los ’70, esto hace completar su memoria y agrandar su figura”. Con posterioridad, Saleme pasará a dirigir el Centro de Investigaciones de la Facultad hasta su jubilación. Pero no le impedirá que continúe recorriendo el país para encontrarse con los maestros. Memoriosa y desconfiada de quienes se amparaban tras ‘esa palabrita tan manoseada llamada democracia’, ella solía decir con dolorosa lucidez: ‘Falta una generación ¿Quién va a hacer las cosas?’”. Silvia Castells –docente universitaria- tuvo mucho trato con ella. Admirada, recuerda que: “Otra característica de María era su ética, sus valores muy arraigados. En los últimos años que llegaba a Paraná, como ya tenía dedicación exclusiva en la Universidad de Córdoba, ella no aceptaba cobrar un sueldo por su trabajo allí en Entre Ríos. Lo consideraba una carga pública. Yo misma la he visto devolver cheques”. Me interesa resaltar la respuesta que dio María Saleme cuando una vez le preguntaron si en caso que tuviera la oportunidad de empezar de nuevo, optaría por abandonar la lucha y ser una persona de entrecasa, quizás con su marido al lado, sin mayores sobresaltos. Contestó: “Me lo he preguntado muchas veces, todos se plantean estas cosas, tentaciones hay siempre. Pero te digo que no. El eje de nuestras vidas no es el de los místicos, la vida misma pide vitalidad. Yo no aceptaría una vida tranquila, quizás porque nunca la tuve. Fui huérfana desde muy chica, trabajé hasta de empleada doméstica, conozco lo que es el hambre. Yo conozco el revés de la medalla, se lo que es la falta de lo que uno quiere y necesita. Y te digo que no preferiría una vida tranquila porque creo que no es merecedora, porque la situación de todos no merece que uno opte por olvidarse de lo que le pasa a los otros”. El 5 de octubre de 2003, María, en tanto viajaba en un taxi, perdió el conocimiento, tuvo un derrame cerebral y entró en coma. Fue internada. El 21 de noviembre de ese mismo año falleció. María Chiapino, otra colega universitaria, se enteró tarde de su deceso y quedó muy afligida por no poderle decir en vida todo lo que ayudó al conjunto, el aporte que ella hizo –nada menos- hacia una educación liberadora que dignifica al hombre y le devuelve la palabra, como diría Paulo Freire. “María nunca escribió un libro. Priorizaba la construcción de la persona y el diálogo antes que la palabra escrita. Y quizás su testamento esté en los seres que conoció, en las personas vivas. Porque sus aportes son como esas piedras que uno arroja al agua. Vos las tiras y ves como se hace un primer círculo, y otro, y otro. Y nunca tenés conciencia de cuantas vibraciones produce”. Actualmente –y desde 2009- una organización conformada por docentes de Córdoba, que trabajan en distintos niveles educativos, se agrupan con el objetivo de luchar por condiciones laborales y salariales dignas y para que la educación que construyen día a día esté al servicio de las necesidades del Pueblo, se denominan “Agrupación Docente María Saleme”. Del mismo modo y siempre en Córdoba una biblioteca comenzó sus actividades en el año 2005 bajo el nombre de “Biblioteca Popular María Saleme”. El reconocimiento también ha llegado para su marido asesinado como dije antes por la última dictadura cívico-militar que padecimos. En efecto, en Córdoba todos los años se otorga el premio “Alberto Burnichón” al libro mejor editado en esa provincia mediterránea.