“Sergio”. “Daniel”. El comandante montonero Horacio Mendizábal fue al grano: “En una guerra popular el enemigo no tiene ninguna posibilidad de retaguardia. Ellos afectan a nuestros barrios, a nuestros militantes, pero nosotros podemos afectar permanentemente su centro de gravedad (…) El enemigo intenta tergiversar nuestra doctrina del explosivo. Nosotros jamás lo utilizamos indiscriminadamente sino selectivamente (…) La colocación de la potente bomba que destrozó el comedor de la Superintendencia de Seguridad Federal, fue introducida en el edificio por un compañero que estaba infiltrado y que había entrado durante una semana con un paquete similar pero inofensivo, como prueba. Cuando vimos que todo andaba bien, se largó la operación, que también sirvió para demostrar la alta moral y serenidad de nuestros combatientes porque el compañero que accionó el explosivo estuvo almorzando allí y se retiró siete minutos antes del lugar. Era un comedor en el cual todos se trataban con seudónimo. Nunca se escuchaba un apellido. Andaban con anteojos oscuros, es decir, existía una situación de secreto muy grande allí”. Eso fue el 2 de julio de 1976. El explosivo, eran 9 kilos de trotyl y 5 bolas de acero accionados por un dispositivo de relojería. La represión acusó oficialmente la muerte de 23 de sus hombres de rango medio o inferior, pero en realidad la cifra ascendió a 42 muertos y más de cien heridos, siendo la mayoría de estos, oficiales de la Superintendencia; dedicada como se sabe al secuestro, tortura y desaparición de militantes populares. El que puso la bomba fue José María “Pepe” Salgado. Hijo medio de cinco hermanos, entre dos mayores y dos menores. Nacido el 27 de enero de 1955. Su padre era abogado y su madre docente en Ciencias y profesora de piano. Su tío, el general del Ejército Enrique Salgado, jefe del Tercer Cuerpo de Ejército con asiento en Córdoba. Se crió en un barrio acomodado de clase media, en Olivos, provincia de Buenos Aires. Le gustaban mucho los deportes y competía en regatas de remo. Concurrió a escuelas religiosas de la zona –su familia era muy católica- y él siempre resaltó por una doble virtud: su gran inteligencia y su alto rendimiento académico. Pero una de sus características personales más conocida era su solidaridad manifiesta con el débil, con el hambriento, con el necesitado. Cuando jovencito se desempeñó como “boy scout” y alguien dijo en voz alta: “…Pero este pibe va a terminar siendo sacerdote, es muy solidario, muy servicial…”. Solidaridad que trascendió a su muerte. Cierta vez su madre y sus hermanos concurrieron a un juzgado y el juez que llevaba la causa, les dijo: “Cuando leí el expediente no podía creer que fuera José María. A él le debo haber aprobado matemáticas, por su espíritu solidario, por todo lo que me ayudó para que entendiera y aprobara esa maldita materia”. Terminado el secundario y luego de un viaje de mochilero por el norte de nuestro país, donde fue testigo de las desigualdades sociales que constataba a diario, “Pepe” Salgado se anotó en Ingeniería para estudiar Ingeniería Electrónica, militando en la Juventud Universitaria Peronista (JUP) de dicha Facultad. Era muy inteligente y aunque sus hermanas nunca lo vieron sentarse a estudiar, siempre se sacaba notas brillantes; leía tan rápido como hablaba. Debido a sus relaciones familiares optó por hacer el servicio militar obligatorio en la Policía Federal, pero luego de un año de servicio no pidió la baja y se quedó ahí. Paralelamente comenzó a militar en la Juventud Peronista y trabó por medio del trabajo orgánico, cierta amistad con Rodolfo Walsh, lo que le valió empezar a colaborar con éste en el servicio de inteligencia montonero, especializándose en el armado de pasaportes “truchos”. Ahí era conocido como “Sergio”. Cuando la represión comenzó a actuar tronchando vidas a diestra y siniestra, los padres de Pepe le ofrecieron a éste facilitarle las cosas para refugiarse en el extranjero. La respuesta fue clara: “Mirá papá, ustedes me enseñaron a ser solidario, yo aprendí a ser solidario gracias a ustedes y no voy a dejar a mis amigos en este momento, sería una cobardía, así que ni lo pienses”. Casado y esperando un hijo (de nombre Marcos) que nunca llegó a conocer, fue secuestrado con vida el 12 de marzo de 1977 en Lanús, provincia de Buenos Aires y “trasladado” a la ESMA donde los marinos al darse cuenta de quién era y luego de torturarlo se lo pasaron a los Federales para que consumaran su venganza. Se sabe que estos ciñeron alrededor de su cabeza un suncho de acero para evitar que moviera la misma, con una tenaza oxidada le arrancaron los dientes y luego lo cegaron en vida sacándole las orbitas de los ojos con una cucharita. Para legalizar su muerte, fraguaron un inexistente tiroteo en el barrio de Caballito el 2 de junio del mismo año (Canalejas –hoy Felipe Vallese- entre Acoyte e Hidalgo). Su madre Pepita, (Josefina Gandolfi de Salgado), con una entereza ejemplar fue a reclamar el cadáver y a reconocerlo. Parada, erguida, sin doblegarse, levantó las hojas de diario con que cubrieron a su hijo todo lacerado y en cuyo rostro se traslucía todo el horror vivido en cautiverio. Dijo: “Cuando lo cambiaron de cajón y le puse mi rosario entre sus manos, sólo pensaba en Jesús. Era el cuerpo del Crucificado”. Costaba creer que ese cuerpo fuera el mismo de aquel muchacho tan alegre y lleno de vida que parado y haciendo equilibrio sobre las barandas de contención, de la cancha de Atlanta, un 22 de agosto de 1973, agitando banderas históricas de liberación, cantaba a coro con otros miles: “Vamos a hacer la Patria Peronista, vamos a hacerla montonera y socialista”. Ya en la cochería, el dueño de la misma, por pedido de la propia madre y su hermana Luisa, debió verificar si en la parte de atrás de la cabeza de Pepe había una vieja cicatriz que se hizo de pibe jugando y que motivaba que sus amigos de entonces le dijeran socarronamente, “alcancía”. Si estaba era el cuerpo de Salgado. Estaba. El hombre, pobre, con lágrimas en los ojos, tampoco podía creer lo que sus ojos veían y manifestó que en todos los años que llevaba de trabajo nunca había visto un cuerpo tan atormentado. Hasta se ofreció como testigo si alguna vez lo necesitaban. Después fue enterrado definitivamente José María Salgado, muerto a los 22 años de vida. El mismo, que en una parte de la carta manuscrita que hizo llegar a su hermano radicado en la Quebrada de Humahuaca, el 28 de julio de 1976, le dice: “Respecto a lo que yo pienso de las cosas, no he cambiado y las cosas que pasan todos los días (vos las lees en los diarios) me conmueven, pero no me impiden seguir adelante”. La acción, vida y obra de José María Salgado puede encontrarse en tono ficcional no exento de análisis, en un libro aparecido en 2010. Se llama “Policía y montonero. El atentado al comedor de la policía. ¿Una historia de los antagonismos argentinos?” y está escrito por Pablo Agustín Torres y Luis Alberto Wiernes. Con motivo de la presentación del mismo, un ex militante del peronismo montonero me hizo llegar la siguiente reflexión: “Este compañero (Salgado) fue considerado un héroe por nosotros e hizo, lo que muchos de nosotros hubiésemos hecho en ese momento, si hubiéramos tenido el coraje para hacerlo. Pero hoy, sin embargo, este hecho se ha convertido en algo de lo que pareciera que hay que avergonzarse y ocultar, como si haber sido setentista y revolucionario, fuera algo que solamente pasó por las ideas. Si fue un error el haberlo hecho, si no sirvió de nada, si fue contraproducente, si fue un método equivocado, es algo que es fácil de revisar ahora, después de treinta y pico de años y a la vista de los acontecimientos; pero esa no era la situación cuando este hecho se produjo, ni fue esa la sensación de los compañeros en ese momento. Por eso, si nos equivocamos, si es que nos equivocamos, nos equivocamos todos, pero eso no empaña el heroísmo de éste compañero. Para mí es y siempre será un héroe. Aunque muchos traten de olvidarlo. Es un reconocimiento que le debemos y es justo que, así como el cine se ha ocupado ya en varias oportunidades de reivindicar al coronel alemán Klaus Schenk von Stauffenberg que le puso la bomba a Hitler, nosotros le hagamos un reconocimiento a Pepe Salgado”. Postdata: el hijo que tuvo Salgado –que no llegó a conocer- y de nombre Marcos, como dije anteriormente, de niño fue llevado por su madre, Mirta Noemí “Coca” Castro, también militante por entonces, a Inglaterra donde se asentaron. Ella le cambió el apellido al hijo que usó para siempre el de su madre. Mirta falleció en 2011 en un accidente de tráfico en Grecia. En marzo de 2022, y por editorial Aguilar, el periodista Facundo Pastor, dio a conocer un libro excelente, no exento de rigurosidad histórica, que tituló “Emboscada” y que si bien reconstruye la historia oculta de la “desaparición” de Rodolfo Walsh y sus cuentos inéditos, también suma valiosos aportes sobre la vida y militancia de José María Salgado.