“Tucho”. Nacido en Bolívar, provincia de Buenos Aires, el 14 de noviembre de 1936. Por un tiempo trabajó en el puerto cerealero de Ingeniero White como changarín; cuando en 1968 se funda la Asociación de Trabajadores Portuarios de la zona, Tucho será su secretario. También hizo cirujeo: provisto de un carro tirado por un caballito criollo, recorría las calles juntando bronce, cobre, fierro y todo lo que apareciese y tuviera algún valor de reventa. De jovencito jugó al fútbol en el Club Huracán de aquel lugar, representándolo en algunos torneos. Formó pareja con Catalina Ginder (ver su registro y como se conocieron) y tuvieron 3 hijos: Mónica, Alejandra y Juan Manuel en honor a Rosas. Él siempre fue peronista y tanguero de ley. En 1973, fue presidente de la Unidad Básica “Capuano Martínez” de la Juventud Peronista en Villa Cerrito. Con su esposa, militaban en Montoneros en la ciudad de Bahía Blanca -Unidad Básica Evita Montonera- para luego trasladarse a La Plata (corridos por la represión. Ver una vez más registro de Catalina Ginder) donde siguieron su militancia. En tal contexto, el 3 de diciembre de 1976, la pareja junto a su hija mayor, (Mónica-14 años), fueron secuestrados en el domicilio antes citado, que compartían con otros compañeros. Durante el operativo que estuvo a cargo de Policía Federal, Policía Provincial y Ejército, Catalina y Heldy Rubén fueron asesinados. Sus cuerpos ingresaron al cementerio de La Plata como N.N. Mónica pudo salir antes del enfrentamiento por gestión de sus padres antes los esbirros, pero de allí los represores se la llevaron con vida para luego torturarla y asesinarla, pese a su corta edad. Su cuerpo fue identificado en noviembre de 2009. Las Abuelas de Plaza de Mayo comunicaron el hallazgo de los restos de la niña Mónica Graciela Santucho, ya que su caso “es una muestra más del accionar de los genocidas que además de secuestrar y robar bebés, asesinaron niños y adolescentes que por su edad no podía ser apropiados”. Volviendo al lugar de los hechos, sus dos hermanitos quedaron con los vecinos en custodia por orden de los milicos, hasta que le buscaran familia sustituta afín ideológicamente; en una oportunidad regresó el Ejército al barrio para desmantelar la casa y una vecina preguntó por Mónica y cínicamente le dijeron que estaba bien. Pocos días después los compañeros de sus padres se disfrazaron de cirujas, cruzaron la ciudad de punta a punta en un carro tirado a caballo con restos de comida para cerdos y metieron a los chicos adentro de unos tachos o tambores y los llevaron a una villa de la Capital para luego contactar a sus abuelos maternos en Ezeiza y dejarlos con ellos para su crianza. Hay un libro que rememora y reconstruye este hecho: se llama “El carro de la vida” y fue escrito por Jorge Alessandro. Por otro lado, un compañero de ambos montoneros caídos, Enrique Ferrari, reflexiona: “La familia Santucho-Ginder se defendió hasta la muerte con la convicción de las banderas que defendían, con el honor de militantes populares y con el orgullo de pertenecer al pueblo que defendían”. Nada menos. Y sigue: “Varias horas de descarga mortal, de una fuerza combinada de criminales bien pertrechados militarmente, contra una vivienda unifamiliar, de pobre construcción, humilde, que no se asemejaba a un cuartel ni de casualidad, y contra unos militantes que combatían en inferioridad de condiciones… la muerte fue el resultado de la balacera. No solo cayeron estos compañeros, también el derrotado fue el pueblo argentino”. Según fuentes confiables, en el tiroteo suscitado, los Santucho matan a un oficial torturador y eso enfureció aún más a las hordas armadas ya que no era cualquiera, sino la mano derecha del torturador y asesino comisario mayor Miguel Etchecolatz, hoy cumpliendo prisión perpetua de por vida por ser causante de tantas muertes y aberraciones.