Roberto
Baschetti

Sapag, Enrique Horacio

“Ique”. “Missi”. “Arturito”. Con tan solo 19 años de vida cayó en Berazategui, provincia de Buenos Aires, en 1977. En su rol de miliciano montonero apoyaba con su presencia activa una huelga ferroviaria contra la dictadura militar. Otro compañero presente relató luego, que el pelotón del cual formaba parte Enrique, cruzó un colectivo sobre las vías y al caer la represión mejor armada y superior en número, él los enfrentó dando oportunidad al repliegue ordenado del resto. Fue baleado a mansalva. Enrique, “Arturito” Sapag era el hijo menor del gobernador de Neuquén, Felipe Sapag y hermano de Ricardo Omar. Cuando Don Felipe murió a la edad de 93 años, el 14 de marzo de 2010, al costado del féretro colgaban dos cuadros con las fotografías de sus hijos peronistas asesinados por la dictadura militar; en el medio estaba la imagen de Jesús crucificado. Pasaje de una carta escrita a sus padres el domingo 3 de julio de 1977, con motivo de la muerte de su hermano: “Yo no quiero hacer comparaciones odiosas, pero ‘Caito’ como Jesucristo, murió para que vivamos. Nos corresponde no endiosarlo, pero es una obligación también estar contentos y felices de que una luz nos ilumina. No pido que mi familia sea dueña del estoicismo espartano, como el de aquella mujer que pregunta primero por la Patria y no por sus hijos que han muerto en la batalla. Yo no lo pido ¡Yo exijo! por el recuerdo de mi hermano. Acá llegamos a un punto clave. Sobre si es justo o no en nuestro caso el uso de la violencia. Si, es justo. Porque el nuestro es el legítimo derecho a la defensa propia. Porque ellos son los avasalladores, ellos son los prepotentes que quieren acallar la voz de la justicia. Porque ellos, defensores del Poder de unos pocos, son, no digamos ya los que torturan y asesinan con los rudimentos más salvajes a varios miles, sino digamos mejor, que son los que torturan día tras día a las madres que no pueden dar de comer bien a sus hijos, a los hijos que no pueden vivir dignamente, a millones y millones de trabajadores que se desloman de sol a sol, para traer a la mesa un mísero mango. Para cambiar esto, murió ‘Caito’. Murió para que vivamos. Muchos dirán, ‘el mundo es así, que se le va a hacer’ ¡No! El mundo no es así, el mundo puede ser cambiado. Debe serlo. Los católicos hablan de la superación del hombre y de la sociedad. Nosotros, a través de nuestra convicción política vamos a conducir al pueblo argentino a ese cambio”.