Serravalle, Félix Francisco

Santiagueño. Docente en el Chaco. Dibujante en Vialidad Nacional. Su padre había sido anarquista y militante gremial ferroviario; a partir del ’43, se hizo peronista. Hasta la caída de Perón en 1955, Serravalle como el resto de su familia era un peronista más del montón. Indignado por la caída del Líder, se sumó a la Resistencia Peronista. Y conformó el Comando “17 de Octubre” con ramificaciones en Tucumán, Santiago del Estero, Catamarca, Salta y Jujuy. Fue el renombrado Comandante “Puma” de la guerrilla peronista rural de los “Uturuncos”, palabra que en quichua significa “Hombres Tigres del Monte” (Tigre del Monte = Puma) y cuyos integrantes usaban unos brazaletes con la sigla M.P.L. (Movimiento Peronista de Liberación). Además, el apodo de “Puma” escondía las primeras letras de cuatro palabras: “Por Una Mejor Argentina”. En la madrugada del 25 de diciembre de 1959 un grupo de 22 militantes atacó con éxito la Comisaría de Frías (Santiago del Estero) al mando de tres compañeros, uno de los cuales era el “Puma” Serravalle, que era muy buen tirador y había sido subteniente de reserva. Era el bautismo formal de esa organización guerrillera peronista. Otras acciones que lo tuvieron como protagonista junto a su compañero y compadre Carlos Gerez y Aguilera fueron: la recuperación de un aparato receptor de cinco bandas propiedad del “Año Geofísico Internacional” al que reformaron y convirtieron en una emisora de onda larga –llamada “Patria Libre”- con la cual interferían radios de la zona y pasaban mensajes de Perón; el incendio de una avioneta francesa en apoyo a la Revolución Argelina de la cual se sentían admiradores; y el descarrilamiento en Santiago del Estero de un tren cargado de azúcar proveniente de Tucumán que pasó a endulzar la vida de los habitantes humildes de la zona por un largo tiempo. Cuenta Serravalle: “También había una policía rural pagada por los grandes capitalistas azucareros; hicimos varias operaciones contra ellos. Porque trataban muy mal a la gente del lugar, a los obreros de la zafra, se abusaban de ellos. Nosotros los poníamos en ridículo. Los buscábamos por los caminos, entre los cerros, y cada vez que encontrábamos a alguno de ellos, los desnudábamos y los paseábamos por todo el pueblo, para que vieran que no eran nada…”. Serravalle fue detenido en Tucumán el 1° de abril de 1960 cuando estaba tratando de liberar a sus compañeros apresados en el monte luego del asalto a la comisaría antes señalada. Serravalle fue juzgado por un tribunal militar del Conintes (Conmoción Interna de Estado) y condenado a cuatro años y seis meses de cárcel por los delitos de “conspiración para la rebelión” e “intimidación pública”. Su padre le pidió al conocido caudillo justicialista de la provincia, Carlos Arturo Juárez que fuera su defensor, pero éste le mandó a decir que solamente si cobraba dinero iba a hacerlo. Actitud nada casual ni fortuita cuando se sabe que el mismo Juárez, durante la última dictadura militar escribió un libro de apoyo a los genocidas gobernantes de facto (“Hora crucial de la Argentina”) donde muy suelto de cuerpo aseguraba que: “una violencia que ciega los recursos legales para sofocarla, sólo puede engendrar el supremo recurso de los medios extralegales para combatirla”; es decir un firme apoyo al terrorismo de Estado. Volviendo al tema, finalmente, Serravalle fue liberado por la amnistía política dictada por el gobierno del Dr. Illia en 1963. Pero antes pasó por los presidios de Ushuaia, Rawson, Trelew, Viedma, el penal de Magdalena, Caseros y Las Lomitas. Protegido por su gente, el “Puma” sobrevivió a las sistemáticas represiones posteriores. Murió en la ciudad de La Banda (Santiago del Estero) a la edad de 78 años en febrero de 2004. Cabe acotar, que durante la última dictadura cívico-militar una de sus hijas María Lidia –luego farmacéutica- fue chupada en la Universidad cuando estudiaba Ingeniería Forestal ya en 4° año. Cuenta Serravalle: “Tuve que irme a la calle Alsina (la cárcel de Santiago) y decirle a Musa Azar (un genocida): si le tocás un pelo a mi hija es lo último que hacés en tu vida”. A la piba la soltaron. Otra anécdota que lo tiene como protagonista. Al ser encarcelado fue el único que renunció a una defensa de un abogado militar y decidió defenderse solo. Dijo que este asunto no era de carácter jurídico, sino que estaba en juego la defensa de los derechos de un pueblo sojuzgado. “Les dije a los militares que ellos debían ser quienes defendieran la soberanía nacional, y no nosotros, el pueblo, que teníamos que salir a luchar por la defección de ellos”.