Ernesto Tomás Saraví dedicó su vida a la militancia en el peronismo revolucionario y consecuente con su ideal nunca se borró ni en las más feas. El mismo narra parte de su vida: “En el primer año de la dictadura de Videla, me salvé de la muerte; fueron a buscarme a mi casa, en Tandil, provincia de Buenos Aires, y por suerte no me encontraba allí. Después de ese episodio decidimos con mi mujer y mis cuatro hijos abandonar el país; viajamos a España en barco (todo el grupo familiar) y nos instalamos en Madrid. Allí comenzó nuestro exilio. Mi lucha como militante político continuó en el exterior en el campo de las publicaciones, la comunicación y las denuncias internacionales contra la Junta Militar. Yo manejaba en esa época muy buena información política en un equipo muy completo; apenas pasaba algo notable en la Argentina, lo hacíamos público y lo enviábamos a unos cuatrocientos medios de todo el mundo. La verdad que aquello era ‘un servicio de inteligencia’ bastante bien organizado. Cuando llegué a Madrid en 1976, entre otras cosas trabajé en publicidad y colaboré con la editorial ‘Sedmay’ con traducciones. Ellos me ofrecieron en determinado momento que publicara algo en una colección que estaban preparando en el ’78 que se llamaba ‘Club del Crimen’. De inmediato acepté el desafío y decidí producir un material en donde el virtual asesino de esta novela negra fuera la Junta Militar argentina, en alguna de sus tantas formas de persecución y muerte. Utilicé como telón de fondo lo que estaba pasando dentro y fuera de la Argentina. De ese modo encaré la novela ‘Flores para el Lobo’”. Saraví falleció el 1º de febrero de 2014. Así lo recuerda un ex cuadro de Montoneros, el amigo Carlitos Aznarez: “Las fechas del calendario pueden significar mucho, o a veces no dicen nada. Pero este primero de febrero cuando el mensaje de un compañero nos trajo, a la distancia, la mala noticia de que un hombre íntegro y entrañable había decidió partir a dar la batalla de siempre en otras latitudes, nos dimos cuenta, que sin querer, se instalaba otra efeméride en la larga lista de hombres y mujeres para no olvidar jamás. Ha muerto Tomás Saraví, nuestro querido Gordo con el que supimos compartir indispensables batallas por la revolución cultural que aún nos debemos en toda Latinoamérica. Tomás, era no sólo un periodista excepcional, sino que también se destacaba por ser un fenomenal narrador de historias y un revolucionario fundamental que supo, desde el peronismo peleón y siempre rebelde, hacerse su lugar en los buenos momentos y en aquellos en que las cosas no estaban para discursos. Quienes lo conocimos y disfrutamos de su humor a prueba de balas, sabemos que el Gordo no se rindió nunca y que tanto aquí, como en el exilio en Madrid y luego en su prolongado paso por Costa Rica, dejó claro que para que cambien las cosas no hay otro camino que la Revolución, y dentro de ella, expresó la necesidad de plantarle cara a quienes desde el Norte siempre han tratado de despojarnos de nuestra identidad cultural. Querido Tomás Saraví, en este momento en que Latinoamérica y el Caribe respiran aires de hermandad y lucha, y justamente cuando en varios de nuestros países se avanza hacia esa Patria Socialista con la que soñamos en los ’70, desde ‘Resumen Latinoamericano’ te decimos simplemente: ¡Hasta la victoria, siempre! Precisamente porque seguimos convencidos, como ayer, en que Venceremos…”. Gran tipo el Gordo. Cuando Aznarez habla del paso de Saraví por Costa Rica seguramente también está haciendo referencia al apoyo –en todos los órdenes- que este querido compañero brindó a la radio de onda corta que Montoneros instaló en aquel país centroamericano para desesperación de las oligarquías vernáculas y los ejércitos gendarmes monitoreados por los EE.UU. Además de su larga historia militante hay que recordar que, gracias a él, se conservó el archivo de la correspondencia entre Juan Domingo Perón y su delegado en Argentina el mayor Bernardo Alberte ya que el mismo, fue prolijamente ocultado por Saraví hasta la vuelta de la democracia y fue la base del imprescindible libro que a pedido de Bernardo (hijo) escribió Eduardo Gurucharri bajo el título de “Un militar entre obreros y guerrilleros”, editado en 2001 por Colihue. A Ernesto Tomás Saraví lo conocí personalmente en una grata velada nocturna en casa de los Alberte donde a todos nos deslumbró con su verba, su gracia y sus mil anécdotas que lo tuvieron como protagonista; sentí que al lado de él y de los relatos que iba desgranando, en tanto bebía vino de una copa, paralelamente también bebía historia nuestra a raudales. Además, el muy pillo se cayó acompañado de una jovencita costarricense que era su pareja y que bien podía haber sido su nieta. Después en el tiempo –diciembre de 2009- se volvió definitivamente a vivir a nuestro país. Ya había padecido una amputación por debajo de la rodilla de su pierna izquierda consecuencia de un pie diabético que no cuidó. Para ese entonces vivía con su hermana a un par de cuadras de las avenidas Santa Fe y Pueyrredón en el barrio porteño de La Recoleta. Pero cuando falleció lo hizo en su ciudad amada de La Plata.