Roberto
Baschetti

Scalet, José Ricardo

“Bicho”. “Richard”. “Scaletrix”. “Chueco”. Riojano de Chilecito –nacido el 4 de abril de 1956-, desde los 12 años comenzó a participar en la Acción Católica, en campamentos y retiros espirituales de discusión y meditación. Hacían trabajos comunitarios en los pueblos marginales del Noroeste de la provincia junto a monjas y curas tercermundistas, en el marco de la obra evangélica del Obispo Angelelli. En el ’73 fue delegado juvenil del Frente de Izquierda Popular (FIP). Pero ya en el ´74 se incorporó a la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y junto a otros 13 estudiantes riojanos, participó del campamento “Martín Miguel de Güemes” en el verano de aquel año. Después se fue a Córdoba a estudiar Derecho y en 1975 ya estaba encuadrado en la Juventud Universitaria Peronista (JUP). Militaba tranquilamente sin llamar mucho la atención hasta que un hecho fortuito lo puso en consideración y elogios por parte de sus compañeros. Ocurrió que un día en el pasillo de entrada a la Facultad de Derecho, ante una reunión de estudiantes convocada por la JUP, unos tipos de una agrupación de derecha, estaban en plan de sabotaje y se dedicaban a prepotear y empujar a los asistentes, tirando incluso una compañera (La Petisa) al suelo. “Entonces lo tomé del cuello a este facho y por alguna extraña razón éste trastabilló y cayó al piso todavía con mi mano en su cuello. Ahí estaba la conducción regional de la JUP en pleno y el hecho fue visto como si hubiera aplicado alguna toma exótica de artes marciales. Conclusión: pasé a desempeñarme en seguridad de la organización”. “Scaletrix” fue uno de los integrantes de la acción de propaganda llevada adelante por la JUP el 25 de mayo de 1976 en la ciudad de Córdoba, cuando explotaron al unísono 36 bombas panfletarias ubicadas en las terrazas de los edificios mejor situados de la capital provincial en el mismo momento en que desfilaban las tropas de la dictadura, como sucedió por ejemplo en la intersección de las avenidas Colón y General Paz, donde suavemente una vez producido el estallido, los volantes descendían desde las alturas sobre las cabezas de los confundidos desfilantes y el público asistente. A Scalet lo secuestran en noviembre de 1976 y pasa 700 días prisionero, entre La Perla, La Ribera y la Unidad Penitenciaria I. Hay dos anécdotas imperdibles de cuando fue privado de su libertad. Una, en La Ribera cuando aún no estaba decidido si lo iban a legalizar en la cárcel o a fusilarlo. Tuvo la inmensa suerte de que cuando estuvo en ese lugar, la guardia de Gendarmería del Escuadrón 24 del campo de concentración (que rotaba permanentemente) estaba integrada por algunos milicos subalternos y rasos riojanos, que eran del mismo pueblo que él en Chilecito y que conocían a su padre y le compraban la carne o sacaban fiado. Conclusión: en la propia cuadra del lugar lo fueron protegiendo y sacando del ojo de la tormenta, hasta que pasó el peligro y fue legalizado. Luego llega a la cárcel con otro preso –Hugo Basso, Bochita- que de 78 kg., al ser “chupado”, ya estaba en 40, con las piernas rígidas y sin posibilidad ni ganas de movilizarse: “Entonces lo cargo en brazos y avanzamos al compás de patadas y bastonazos, por unas tres cuadras de pasillos, hasta que aparece una escalera de cómo 80 peldaños que también subí con él a cuestas y después de un esfuerzo ‘inolvidable’ y al mismo compás de los bastonazos, logré arribar a la celda”. ¡Qué compañerazo este Scalet! Y una más, ahora contada por el propio Basso: “No me acuerdo bien que día era de 1977. Estábamos en una celda de la cárcel de Córdoba. Chiquita era la celda, para 4 personas, pero nos metían de a 8. El riojano Scalet, era uno de mis compañeros en esa celda, un tipo fornido de espaldas anchas y cintura estrecha, más o menos de mi edad. El asunto era que el general Menéndez nos tenía con las ventanas clausuradas, sin recreos y sin visitas, cagando en tarros y comiendo una sopa aguada. El riojano Scalet, igual hacía gimnasia a pesar de los kilos adelgazados. Ese día tocaron el silbato para pasar lista. Repartieron el mate cosido, y cuando apoyé el jarro sobre la mesita, el líquido verde comenzó a desparramarse. Las chapas de la ventana comenzaron a trepidar, de las paredes se desprendía un polvillo blanco y se escuchaba un rumor sordo, como de un tren pasando debajo de nosotros. Era el terremoto de Caucete que en Córdoba se sintió con una fuerza de los mil diablos. Los segundos corrían y las paredes del viejo pabellón nueve empezaban a descascararse. Nosotros nos abalanzamos sobre las rejas igual que los demás de las otras celdas, pidiendo a gritos que nos abrieran las puertas. Era inútil, los guardias del pabellón habían abandonado sus puestos y corrido escaleras abajo, buscando seguramente el patio para salvarse del previsible derrumbe. Nuestras celdas tenían un angosto pasillo, que daba a la puerta de rejas que nos separaba del corredor dentro del pabellón, Sobre la puerta, a unos tres metros de altura, había un pequeño hueco. El riojano apoyó sus manos y pies sobre las paredes del pasillo. Y se trepó como una araña. Cuando llegó arriba, atravesó el hueco y cayó en el pasillo central del pabellón. Llegó al portón de rejas que separaba el pabellón de la guardia y empezó a gritar como un loco. Tuvo suerte, en ese momento subía un guardia-cárcel a la carrera y traía el llavero grande en la mano. ¡Abrínos hijo de puta! le gritaba el riojano. Ni en pedo, yo me rajo, le respondió ‘el cobani’ agarrando un portafolio que se había olvidado. El griterío era ensordecedor y el tipo se habrá enternecido. La cosa es que cuando encaraba otra vez para la escalera, pegó media vuelta, revoleó el manojo de llaves y se lo tiró al riojano que la abarajó en el aire, sacando una mano entre los barrotes. La cara de alegría del ‘Rioja’ con el llavero en la mano, es algo difícil de olvidar. Abrió primero nuestra celda y repartió las llaves, así abrimos todas. Y después las rejas del pabellón para salir disparados en tropel escaleras abajo, rumbo al patio. Desde que empezó el remezón hasta que llegamos a cielo abierto, no habrían pasado más de tres minutos. Al rato apareció el guardia de las llaves y buscó al riojano entre el centenar de presos que caminábamos en el patio, después de más de un año de no ver el sol. El riojano se encargó de rejuntarlas y armar el llavero, para alivio del tipo que seguro ya se veía compartiendo una celda con nosotros si caían los del Tercer Cuerpo y nos encontraban afuera. Ese guardia no apareció más. Pero se debe haber corrido la bola entre los ‘cobanis’, porque el riojano nunca más ligó un caracú en la sopa. Lo que si me acuerdo es que, medio en joda y medio en serio, en el pabellón decidimos condecorarlo al ‘Rioja’ con la Llave de Oro de la Popularidad. Y le entregamos una llavecita hecha cuidadosamente con miga de pan”. Con la vuelta de la democracia el abogado Scalet se radicó en Capital Federal. El Secretario de DD.HH. Eduardo Luis Duhalde –otro querido compañero y amigo- en junio de 2006 lo invitó a integrar el Consejo Consultivo Institucional del Archivo Nacional de la Memoria. Más adelante en el tiempo, lo conocí cuando publiqué mi libro “La memoria de los de abajo. Hombres y mujeres del peronismo revolucionario”; me contactó y puso a mi disposición todas las historias de vida de los compañeros de la JUP de Córdoba secuestrados y asesinados por la última dictadura cívico-militar que padecimos. Además, fue el primer compañero de la JUP de esa provincia mediterránea, que se apareció en una marcha (la del 23 de marzo de 2006) con una inmensa sábana donde estaban escritos los nombres de todos sus compañeros de militancia. Verlo y tratarlo fue el comienzo de una noble y hermosa amistad que no se interrumpió nunca más, hasta su muerte producida el jueves santo del 28 de marzo de 2013, producto de un infarto. Fue cremado en la Chacarita y sus cenizas llevadas a La Rioja. Al momento del deceso, era el presidente de la Asociación Nacional de Ex Presos Políticos llevando adelante una tarea extraordinaria complementada así mismo con su valiente testimonio en Córdoba que fue clave para condenar a varios asesinos “del proceso”. Nunca le esquivó al bulto ni le sacó el pecho a las balas. Como afirman sus compañeros de DD.HH. en Córdoba: “No es casualidad que compañeros relativamente jóvenes nos dejen en forma tan sorpresiva” como ha ocurrido con Scalet porque “nuestra base fisiológica ha sido golpeada muy duramente al estar tantos años en cautiverio y recibir tormentos de todo tipo”. En esa línea de pensamiento, agregaron: “Uno ve a los imputados-asesinos-genocidas llegar a viejitos y los compañeros que pasamos por la tortura, las cárceles, algunas con regímenes de semiclandestinidad, nos da fundamentos para hablar de un promedio de vida entre 55 y 62 años: ‘Richard’ cumpliría 57 años el día 4 de abril”. Lo concreto querido amigo “Scaletrix” es que partiste con tu desprolija melena ya con algunos claros y entradas incipientes, tus inseparables botas de potro, tu chalina y el faso asomando en tus labios, con la prototípica imagen de un caudillo riojano hacia el más allá, para juntarte con Evita, con Fernando (Abal Medina) y Gustavo (Ramus) y todos los changos de la JUP de Córdoba que te precedieron en ese camino que nos lleva más temprano que tarde a la liberación nacional y social de nuestra patria. Es un gran honor que fueras mi amigo y que compartiéramos vinos y guisos, empanadas y cervezas, en tantas reuniones donde lo interesante, lo fundamental, no éramos nosotros sino hablar y actuar para que nuestros semejantes la pasaran mejor.