“Chacho”. Con pasado trosko y de convicciones revolucionarias acendradas, se lo veía como un cuadro político muy firme e ideologizado. Fue uno de los militantes más caracterizados de Montoneros en la Zona Norte del Gran Buenos Aires. Sus andanzas con “Darío” y “El Gallego” (César Luis Nieto) hicieron que se los conociera como los “3 M”, (Montoneros Muy Malos). Trabajaba en una fábrica y su compañera de vida y militancia se llamaba Carola. Él y los otros dos fueron ejecutores de la primera acción de Montoneros en la zona, cuando pusieron una bomba panfletaria antes del amanecer, en un establecimiento fabril de neumáticos que estaba en conflicto con su personal por problemas salariales. Al producirse el estallido y volar los panfletos algunos trabajadores se acercaron, tomaron los impresos y los repartieron entre el resto de sus compañeros de la fábrica. Misión cumplida con éxito. Se anotó en todas. Sobrevivió al genocidio. Vuelta la democracia volvió a vivir con su familia en su casa de Garín, provincia de Buenos Aires. Reanudó la militancia en el barrio y fue un referente obligado para los más jóvenes. Siempre defendió con orgullo su pertenencia. Cuando estuvo internado, poco antes de fallecer, le dijo a la enfermera: -¿Sabe? Yo soy Montonero. Dijo soy, no “fui”. Su final –digno de una película de Almodovar- está brillantemente narrado en el libro de Luis “Darío” Fucks, titulado “La patrulla perdida” (Editorial Jironesdemivida. Año 2021). Y dice así: “La banda musical del cuerpo de Artillería estaba desplegada para iniciar la fanfarria. En ese preciso instante entramos a la capilla con nuestro cortejo.
Los familiares del milico ya habían bajado de sus autos. Los hombres, de saco y corbata; las mujeres, engalanadas como para una función del Teatro Colón. El contraste con nuestro modesto vestuario era notorio. Nos miramos sorprendidos. Todos, ellos tanto o más que nosotros. Al llegar a la puerta del cementerio, Darío había visto el camión verde con letras amarillas que anunciaban: Cuerpo de Artillería. Le había llamado la atención la magnitud de los preparativos. Debe ser un milico importante para que el grupo entero de músicos le rinda tributo, pensó. Mientras observaban de reojo a los integrantes del otro cortejo, Darío y los suyos habían aguardado junto al coche a que los empleados de la funeraria montaran en un carrito el féretro con el cuerpo del compañero ‘Chacho’. Sobre el ataúd habían colocado la bandera de Montoneros, como él hubiera querido. Cuando los militantes ingresaron a la capilla, los de la vereda de enfrente los miraban expectantes. La familia y todos sus compañeros lloraban. A Darío le vino a la mente un montón de imágenes de los momentos imborrables que había vivido con ‘Chacho’. Su sonrisa pícara. Su estilo campechano. El largo camino hasta el fondo de la capilla se le hizo muy duro. Sentía, otra vez, una opresión en el pecho.
Había llegado la hora de despedirlo. Todos lo miraron a Darío, que carraspeó y dio un paso al frente: ‘-Sé que estás descansando. Nosotros, tu familia, tus compañeros, tus amigos y hermanos, estamos destruidos. Apenas un roce de vida te quedaba cuando hablamos la última vez, me alegra haberte sabido escuchar. Tenías planes militantes, como siempre. Recuerdo, allá en el principio de todo, cuando decidimos combatir la injusticia, con el ‘Gallego’, los tres juntos como los tres mosqueteros. Nos quedamos tan solos de vos. Todos. Hermano, con este dolor a cuestas, te digo que no te olvidaremos nunca. En nuestras actitudes, nuestras conductas, nuestras acciones, buscaremos rendirte homenaje cotidianamente. Fuiste el más coherente y el más combativo. Sólo nos queda seguirte en tu ejemplo. Y llevarte en nuestros corazones hasta el último aliento. Compañero Chacho, ¡Hasta la victoria siempre!’. Después de las últimas palabras, el silencio invadió la capilla. Apenas se oían sollozos, llantos ahogados, pero nada más. Entonces Darío empezó a entonar la primera estrofa: ‘-Somos de la gloriosa Juventud Peronista, somos los herederos de Perón y de Evita…’. Todos los miembros del cortejo militante lo siguieron. Cantaban gritando, escupiendo las palabras, con angustia, con rabia, con orgullo. ‘-A pesar de las bombas, de los fusilamientos, los compañeros muertos, los desaparecidos, no nos han vencido. Somos de la gloriosa Juventud Peronista…’. Miraron hacia afuera: ahí estaban ellos, los allegados del milico, a escasos veinte metros. Los estudiaban asombrados, escandalizados. Eran el otro país. Los deudos de ‘Chacho’ fueron saliendo de a poco, en racimos, abrazados. Darío se estrechó fuerte con Carola, con Sole y con Flor (la compañera y las hijas -mayor y menor, respectivamente- del compañero que se había ido para quedarse). Todos juntos cargaban su pena en los hombros. Era un puñado de muchachos que todavía no se resignaba, a pesar de todo, a dejar de pelear por un mundo mejor”.