“Piqui” Sotuyo era de Necochea, provincia de Buenos Aires, lugar donde nació el 14 de octubre de 1948. La primaria la hizo en la Escuela Nº 28 “General Madariaga” y la secundaria en el Colegio Industrial de Necochea, donde construyó una sólida amistad con Roberto Adolfo Lorenzo (ver su registro). Cumplió con el servicio militar obligatorio en Tandil (1968-1969) y luego se trasladó a Bahía Blanca donde se recibió en tiempo y forma de ingeniero electricista. Secuestrado-desaparecido en Bahía Blanca, Barrio de La Falda, calle San Lorenzo 740, conjuntamente con su esposa Dora Rita Mercero de Sotuyo y el ya mencionado Roberto Adolfo Lorenzo. Ocurrió el 14 de agosto de 1976. Los tres militaban en el peronismo revolucionario, eran Montoneros. Los vecinos vieron salir a los tres con vida. Al día siguiente, mientras dos camiones del V° Cuerpo desvalijaban la casa, leyeron en “La Nueva Provincia” que en esa dirección se había producido un enfrentamiento que culminó con “tres abatidos”. Según el comunicado, allí guardaban escopetas, revólveres, granadas, detonadores y uniformes, todo “enterrado en dispositivos especialmente construidos al efecto” y cuya foto publicó el diario antes mencionado. Días después, el juez Madueño rechazó un hábeas corpus de los padres de Lorenzo. Los familiares de los tres jóvenes en realidad siempre supieron que sus hijos estaban en el campo de concentración “La Escuelita”. Se los había dicho el capellán del V° Cuerpo, Dante Inocencio Vega: “Tengan fe los chicos están. No me nombren porqué me comprometen, pero insistan”, les sugirió el mismo sacerdote que en 1983, juró por la Biblia no conocerlos. Los familiares de Sotuyo recibieron el diploma de la Universidad Nacional del Sur (UNS), correspondiente a Luis Alberto, en el año 2000. Terminado el emocionante acto en que la gente aplaudió de pie, una mujer pequeña, envejecida, se acercó a la hermana de “Piqui” Sotuyo, la abrazó muy fuerte y le dijo “Quería abrazarla, yo trabajé con su hermano; manteníamos un comedor barrial en las afueras de Bahía Blanca”. Las lágrimas arribaron de golpe, sin que nadie las llamara.