Roberto
Baschetti

Sous, Enrique Urbano

Nacido el 11 de marzo de 1941 en Bélgica. Desde los cuatro años vivirá en Argentina con su mamá. El primario lo cursa en la escuela de los Hermanos Maristas en González Catán, provincia de Buenos Aires. Debido al trabajo de su madre en una estancia de La Pampa, el secundario lo hará en Entre Ríos en una escuela agrícola. De allí se escapa y queda bajo la tutela de un juez de menores. Lo trasladan a la “Colonia Gutiérrez” de Marcos Paz; ya tiene 18 años y le permiten salir diariamente para cursar el cuarto año en el Colegio Nacional y Comercial del lugar. Es el año 1964: conoce a la que será su esposa, Amanda Petroff y lo echan del colegio. De ese año es el párrafo de la carta a su novia que a continuación se transcribe: “Ahora hay que hablar en serio y lo serio es cualidad de la seriedad y la seriedad es antesala de la justicia… pero lástima que la justicia no existe, entonces no se puede hablar con seriedad y por lo tanto nada es serio. Razonamiento ideal y perfecto. Todo es relativo. ¿Verdad? Preguntále a Einstein sino…”. El quinto año lo rinde libre en el Nacional “Manuel Belgrano” de Merlo. Luego se consigue una beca para estudiar Ingeniería Química en la universidad de Buenos Aires y se traslada a esta Capital. El 3 de enero de 1970 se casa y luego vendrán dos hijos. Tanta bronca, tanto resentimiento, tanta injusticia de la que se cree depositario, la canaliza hacia un compromiso social para cambiar las cosas, para que a otros no le sucedan lo que a él. Comienza su militancia en la Juventud Peronista. Empieza a trabajar en diversos laboratorios y su actividad política-gremial la desarrolla como delegado de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) entre los años 1974 y 1976. El 17 de junio de 1977 pasada la medianoche tropas militares golpean la puerta: “¡Fuerzas Conjuntas.Abran o ametrallamos…!”. Gritos, insultos, terror, se lo llevan a la rastra…. La puerta es cerrada con violencia. Amanda su esposa, queda como petrificada. De pronto se abre de vuelta la puerta. Es Enrique que convenció a sus verdugos. Por la puerta entreabierta un beso sella la despedida. Un adiós que será definitivo.