Roberto
Baschetti

Tasada, Adriana Elsa

Santafesina nacida un 27 de febrero de 1957 en Rosario. “Pacuca”. “Gorda”. “Lola”. Adriana Elsa Tasada de Megna. Tenía 20 años como su marido (Hugo Alberto Megna) y una pequeña hija de ambos, llamada María Laura. Fueron secuestrados-desaparecidos en Villa Gobernador Gálvez (Boulevard San Diego 1861), provincia de Santa Fe, un 4 de septiembre de 1977, un domingo soleado cuando con unos amigos estaban a punto de comerse una raviolada. Adriana comenzó su militancia en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) cuando cursaba en el Colegio Sagrado Corazón de María de las monjas Adoratrices en Santa Fe. y luego siguió en la Juventud Universitaria Peronista (JUP) en tanto estudiaba Derecho en la Universidad Nacional de Rosario. Fue montonera en una estructura de combate en la zona suroeste rosarina. Su única hermana mayor, Laura, la recordó –en la adolescencia compartida y después- con inmenso cariño y una excelente prosa: “Ella desmayaba ante la sola mención del nombre de Joan Manuel Serrat y yo de Los Beatles, y el combinado de la pieza de estar comenzó a ser nuestro objetivo de batalla (…) Yo hasta pensaba en inglés y en esa época de definiciones ‘in’ o ‘out’, la ‘gorda’ Adriana era decididamente ‘out’, los boliches a los que iba estaban ‘out’ y la boina que usaba también. Mientras me hacía la ‘toca’ prolijamente y elegía el lápiz negro para dejarme los ojos como de mapache; me preguntaba a quién había salido tan ‘mersa’ esta hermana mía. De pronto fueron los principios de los ’70 y la ‘gorda’ empezó a escuchar a Contracanto, Canto Libre y la Negra Sosa y yo seguía con Los Beatles. La ‘gorda’ se metió en la UES y se encontró con Hugo, que era un rubio flaquito como hueso y ojos color miel, que no fue mi hermano de antes, pero fue mi hermano de después y para siempre. Yo me casé sin tener siquiera dos tenedores iguales, con mis muñequeras de cuero y mis zuecos de 15 centímetros de plataforma. La ‘gorda’ se casó con servilletas y manteles, con palo de amasar y máquina para cortar fideos y todo lo que vendiera el señor de la víbora al cuello, ese que andaba por la calle San Martín; era una Petrona C. de Gandulfo en la Juventud Universitaria Peronista. (Al intensificarse la represión) No supe de ellos; mi mami me dijo que se habían ido al Brasil, hasta que un día Hugo fue a mi trabajo y se me partió el corazón entre la emoción desgarradora de poder abrazarlo y el profundo temor de saber que seguían dentro de un país que se había vuelto siniestro. Ese día Hugo y yo caminamos a lo largo de las vías del tren y nos sentamos en una valla hecha de rieles. ‘Me hubiera gustado que tu papá fuera mi papá’ me dijo, desde la pequeña historia de sus 20 años sin padre cerca. Me quedé en silencio. El olor de la tierra y del pasto seco me cosquilleaban en la nariz, mientras el sol se volvía atardecer sobre nuestras cabezas. Fue la última vez…”.