Nació en 1925. Desconozco cuando falleció. Fue el único letrado que interpuso un recurso para evitar que la dictadura de Aramburu disolviera el Partido Peronista. Lo hizo el 30 de diciembre de 1955; desestimaron su solicitud alegando que contradecía los “fines revolucionarios”. Tuvo a su cargo la defensa luego, de John William Cooke, perseguido por los “fusiladores” del ’56. Torres es prácticamente un ignorado para la historiografía política y gremial de la Argentina. Pero en casos resonantes este hombre –peronista- estuvo del lado que debía estar: defendiendo al pueblo agredido por el sistema. Fue abogado de la Confederación General del Trabajo CGT) y de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM). Por su compromiso militante resistente debió buscar refugio como exiliado en Montevideo, Uruguay a fines de los ‘50. Cuando el compañero Felipe Vallese fue secuestrado y desaparecido el jueves 23 de agosto de 1962; al día siguiente interpuso un recurso de “Habeas Corpus” ante la Justicia sin éxito y al saberse que aquel estaba privado de su libertad por la policía bonaerense en la Unidad Regional de San Martín (provincia de Buenos Aires) se presentó en el lugar y se le volvió a negar que el militante de Juventud Peronista estuviera allí detenido. Torres (luego del 28-9-66) defendió como abogado, a los jóvenes argentinos, “Los Cóndores” que aterrizaron en nuestras Malvinas, izaron la enseña patria para luego ser detenidos por el colonialismo inglés y devueltos a la Argentina donde aquí, insólitamente, la dictadura militar del general Juan Carlos Onganía los llevó frente a un Tribunal de Enjuiciamiento. Luego, conjuntamente con otro abogado peronista a principios de los ‘70 –Norberto Oscar Centeno, luego asesinado por la dictadura militar de Videla), pusieron su profesión al servicio de la clase trabajadora y los militantes políticos perseguidos y encarcelados a raudales en el contexto de un país convulsionado por aquella campaña del “Luche y Vuelve”. La última actividad pública que le conozco a Torres, data de 1984, mes de octubre, cuando Mario Eduardo Firmenich, comandante montonero, que había sido detenido en Brasil, fue extraditado a la Argentina para ser juzgado. En un gobierno como el de Alfonsín donde se apuntaba sin disimulos a hacer realidad así fuera con fórceps, la “Teoría de los Dos Demonios”, era claro que Firmenich estaba condenado de antemano y quien lo defendiese pasaría a ser demonizado. Asumió el compromiso igual, fiel a los principios que enarboló toda su vida. Al respecto, supo decir reporteado por una revista del sistema que se regodeaba con una inminente condena a su defendido: “Firmenich está seguro que puede perder la libertad, pero no la dignidad”.