Nació el 27 de febrero de 1875 en Buenos Aires. Hijo de un administrador de estancias, procedía de una familia de la burguesía rural, lo que le aseguró una muy buena educación. Dirá al respecto: “Nacido en el seno de una clase que domina a las demás, me he dado cuenta de la injusticia que nos rodea y he dicho rompiendo con todo lo que me podía retener: ¡Yo no me mancho las manos! ¡Yo me voy con las víctimas!”. Jovencito aún visita París, EE.UU., México (admirador de la revolución mexicana) y Cuba (habla del heroico pueblo cubano). En contacto con esas realidades se vuelve un fervoroso cuestionador del imperialismo norteamericano. En 1911 escribe “El destino de un continente” y redacta una carta al presidente yanqui Thomas W. Wilson que tiene una enorme repercusión. En 1913 es expulsado del Partido Socialista argentino por sus críticas al fundador del mismo, Juan B Justo, a quien veía como un pro-norteamericano. Durante la primera guerra mundial (1914-1918) se declara neutral al visualizar la misma como un conflicto inter- imperialista. Entre 1923-1924 colabora en la revista “Amauta” del peruano José Carlos Mariátegui. En 1935 colabora en el periódico “Señales” con Arturo Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz. Su claro nacionalismo económico e industrial y su acabado compromiso iberoamericano resulta escandaloso para los socialistas vernáculos admiradores de Theodore Roosevelt, y que creen que la política colonial del imperio puede volverse obra de civilización y liquidar a los atrasados y bárbaros de nuestro continente. El primer gobierno peronista a través de su propio líder (Juan D. Perón) le ofrece una embajada y Ugarte elige México. Será embajador hasta 1950. Será uno de los abanderados de la Tercera Posición peronista equidistante del imperialismo norteamericano y del colectivismo soviético. En 1951 vuelve a la Argentina y hace campaña por el peronismo que nuevamente gana las elecciones presidenciales con el 62,49% de los votos. En 1953 comienzan a reeditarse todas su obras, que son así salvadas del olvido por obra de Jorge Abelardo Ramos, que sabrá decir sobre el asunto: “El pensamiento ugarteano y hasta su prosa, quizás de las más sobrias en una época propensa a la retórica espumante prueban su rigor y coherencia; predicará la industrialización, en una época de completo librecambismo; una literatura de inspiración nacional, durante el auge del afrancesamiento generalizado; y la justicia social y el socialismo cuando los intelectuales americanos acariciaban los cisnes o vagaban por parques abandonados”. (En 1973, Norberto Galasso en la colección “Los Americanos” de la Editorial Universitaria de Buenos Aires –EUDEBA- publica en dos tomos todo Ugarte: “Del vasallaje a la liberación nacional” y “de la liberación nacional al socialismo”). Ugarte fallece en Niza, Francia, el 2 de diciembre de 1951 por emanaciones de gas que fluyen descontroladamente de su cocina: él mismo provocó su suicidio. En 1954 por barco llegan sus restos a Buenos Aires; lo esperan para un homenaje y el último adiós: Jorge Abelardo Ramos, Rodolfo Puiggrós, John William Cooke, Juan José Hernández Arregui y Manuel Gálvez entre otros. En los oídos de todos ellos se repetían aquellas palabras que Manuel Baldomero Ugarte supo verter el 3 de mayo de 1913: “Pero, mi patria, ¿es acaso el barrio en que vivo, la casa en que me alojo, la habitación en que duermo? ¿No tenemos más bandera que la sombra del campanario? Yo conservo fervorosamente el culto del país en que he nacido, pero mi Patria superior es el conjunto de ideas, de recuerdos, de costumbres, de orientaciones y de esperanzas que los hombres del mismo origen, nacidos de la misma revolución, articulan en el mismo continente, con ayuda de la misma lengua”.