Roberto
Baschetti

Vadela, Amelia Erlinda

“Mely”. 24 años. Nacida el 1º de febrero de 1953. Hizo su secundario y egreso del Normal N° 10 de Belgrano en Capital Federal en 1970. Secuestrada-desaparecida en esa misma urbe, el 14 de enero de 1977. Docente en la Escuela Nº 148 de La Matanza, provincia de Buenos Aires. Estudiante de Psicología en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Militó en la Juventud Universitaria Peronista (JUP) y resistía a la dictadura desde Montoneros. Alberto Muñoz –su última pareja- la rememora de este modo: “En un alto de la reunión me dijo bajito al oído: Kike ¿tomamos un café cuando salgamos? Dudé un segundo y le dije que sí, que claro, que porque no. Corría octubre de 1976 y las extremas condiciones de seguridad recomendaban que una vez que podías salir de una reunión te fueras directo a tu cobijo. La calle era un peligro, pero a veces, muy de vez en cuando, contrariando las normas que asfixiaban tu libertad de movimiento en pos de tu seguridad personal, uno se tomaba un ‘recreo’ siendo consciente de que era un riesgo demasiado grande. Nos metimos en ese bar de Corrientes y Dorrego y ahí antes de que el mozo trajera los cafés me dijo mirándome a los ojos ‘¿Y si intentamos armar una pareja?’, así, sin medias tintas, sin vueltas, en tiempos de soledad y desolación, con la necesidad a flor de piel, con tristezas solo soportables dentro de la coraza que habíamos construido desde que lloramos a nuestro primer amigo asesinado. Te juro que igual me sorprendió, que no lo esperaba, por eso le dije: ‘Dame 5 minutos y te respondo’; pero ahí nomás nos dimos un beso y un abrazo largo, infinito. Al mes y medio nos fuimos a vivir juntos a una pensión de mala muerte en Pompeya. La vida era durísima, pero ‘Mely’ le ponía la sonrisa, el empuje y un ascetismo increíble que contradecía su origen de piba de barrio de Belgrano, docente primaria y estudiante de Psicología avanzada que con 24 años se despojaba de cualquier reminiscencia ‘burguesa’ y que ejercía como maestra de grado en la olvidada Escuela 148 en Virrey del Pino, allá al fondo de La Matanza. En la semana nos veíamos poco: ella en la escuela, yo en la fábrica y la militancia territorial en ‘el pueblito’, esa barriada de obreros y laburantes, calles de tierra y casas bajas entre el Riachuelo y Amancio Alcorta. Los domingos los paseos por el Sur de la ciudad, alguna fonda como salida de lujo y esa necesidad de discutir todo, de cuestionar, de analizar, con el recuerdo permanente de los que ya no estaban, y nosotros juntos, de la mano, cuidándonos mutuamente. Ese 14 de enero, hace casi ya 40 años, me dijo antes de irse al trabajo: ‘Hoy me veo con Leticia, Patricia y otra compañera en Pompeya, ¿Querés venir?’ Le respondí que no, que por seguridad no correspondía y le di el último beso sin saberlo. A la noche me quedé esperándola en el bar de Córdoba y Pueyrredón donde no llegó nunca, porque alguien cantó la cita y la patota de la ESMA no perdonó. Querida ‘Mely’, adonde estés, quiero que sepas que te extraño y te quiero, que tu muerte no fue en vano y que tu Pueblo lleva tu nombre como bandera a la Victoria ¡Hasta la Victoria siempre!”.