Roberto
Baschetti

Veraldi, Leticia Andrea

El 4 de julio de 1977 fue secuestrada-desaparecida en tanto cursaba 5º año del secundario -en el turno tarde- en el colegio Manuel Belgrano de Cipolleti, provincia de Río Negro, instantes después de dejar el establecimiento educativo. Tenía 17 años. En aquella ciudad del Sur de nuestra patria se había refugiado en casa de familiares –sin abandonar su militancia- corrida por la represión ya que hasta los primeros meses del año anterior (1976) había cursado el secundario en el Colegio Nacional de Vicente López, provincia de Buenos Aires, donde era una proba y reconocida militante de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES). Ya el 23 de octubre de 1976 la represión había secuestrado cuatro estudiantes de ese colegio bonaerense y también habían ido por ella, pero no estaba. Una vez secuestrada se cree que Leticia Andrea pasó por la delegación de la Policía Federal en Neuquén y luego por Campo de Mayo. Esta compañera soñaba con practicar la interculturalidad junto al pueblo mapuche y su familia actualmente ha proyectado su vida cumpliendo ese sueño. Por otro lado, el 5 de julio de 2006 una placa con su nombre entroniza el aula en que ella cursó 5º año en Cipolleti. Y también hay un pedestal a su memoria en Alem y Villegas de la misma ciudad, construido por los alumnos del Industrial 109 con cerámica, obra de una artista plástica de la zona (Cecilia Berjolis). Siguiendo con los merecidos homenajes, en septiembre de 2019 se colocó un baldosón en memoria de Leticia Andrea en el antes mencionado Colegio Nacional y Comercial de Vicente López, sito en la calle Agustín Álvarez 1431 de esa localidad bonaerense, bajo el lema: “Los compañeros vuelven a la escuela”. Zaida Tolosa escribió sobre ella: “Era tan vivaracha que le decían ‘Ardillita’, o eso me pareció escuchar por ahí. Le tenía tanto miedo a las cosas, que aprendió a hacerle frente al miedo, y ya no pudo callarse más injusticias. Le quemaba la mentira, prefería el silencio rebelde a cualquier sumisión. Quizá sabía, en el fondo, que las macanudas como ella pertenecían a la resistencia, o bien se dejó llevar por el impulso de la justicia. Sea como sea, antes que justiciera y heroína silenciosa, Leticia era adolescente, aunque no adolecía muy seguido. Era inestable y dudosa, enamoradiza de la vida, de la gente, llena de esperanzas y metas, de humor, de risas, con la mirada gigante y soñadora. Era tan adolescente como yo, como vos y como todos, es de ahí que la conozco. Por eso, quiero traer a Leticia un ratito, aunque no sean sus palabras, ni su voz, ni el pasado en que quedó su pensamiento, sino solo el sueño de quien piensa un futuro mejor (…) Porque Leticia luchó desde los títeres en escuelas rurales, luchó a través de las cartas y luchó en compañía de otros adolescentes como ella, que nada entendían de la vida y aun así no dudaron en dejarla en el camino a una realidad anhelada”.