Bonaerense, nacido en Tres Arroyos, provincia de Buenos Aires. Por su físico esmirriado y asmático, sus padres lo entusiasmaron para que desarrollara una vida sana y al aire libre como “boy scout”. Su padre era artista plástico y abogado laboralista en el fuero local. Terminado el secundario se fue a estudiar a La Plata abogacía en 1970, y al poco tiempo se dedicó además a militar en la Juventud Peronista (JP) en un barrio platense, integrándose a Montoneros. Allí por 70 y pico y 7, haciendo una pintada y corte de calle con otro compañero, el 19 de marzo de 1976, cayeron los canas y se armó el desbande. Lo acribillaron a tiros ahí mismo, impedido casi de correr por su asma crónica. Tenía 23 años y le faltaban cinco materias para recibirse de Abogado. Luego de su entierro en el cementerio de Tres Arroyos, sus compañeros dejaron una pintada en la pared del edificio de Correos y Telecomunicaciones del pueblo: “Tacho Yebra, soldado de Perón, caíste luchando por la liberación”. Cuenta su madre que un día a la semana Yebra se iba en tren de La Plata a Buenos Aires con el fin de recibir clases de dibujo con el prestigioso artista Ernesto de la Cárcova y que “en el tren, todos los chicos que pedían limosna se acercaban a ‘Tomasito’ y él siempre los reconocía por sus nombres y les daba algo”. Su amigo Miguel García recuerda más: “En el principio de los ’70, como en el Génesis, empezaba la historia. En La Plata, recalamos en el barrio de 1 y 47, como si todo lo que nos rodeaba hubiera sido creado para nosotros (…) sólo buscábamos formas de expresarnos. De muchas maneras, como en el caso de la pintura, los murales en las unidades básicas, la música de Zitarrosa, charlas sobre las montoneras federales y la resistencia peronista, junto a la música esa que dice ‘no me pregunten quien soy ni si me habían conocido… ó la de aquel oriental que veía el águila mora volando sobre el chilcal… Después vino la F.U.R.N. (Federación Universitaria de la Revolución Nacional), la Jotapé, el barrio, los compañeros, el proyecto popular y también los asesinos que desataron la cacería y todo lo que ya sabemos… El otro día, 35 años después, me enteré que al Tacho lo mataron porque no pudo correr, ya que tenía asma y había perdido el aparatito. Sólo alcanzó a gritar ¡‘Viva el peronismo… Viva el pueblo!’. El Tacho para mí, sigue viviendo en un primer piso de la calle uno”. Otro testimonio sobre Yebra, me lo deja Ricardo Galeazzi, quien me contactó por internet: “Soy de Junín. Ingresé a la Facultad de Ingeniería en 1973. Viví en ese primer piso de Calle 1 Nº 679, una pensión en que los bonaerenses éramos minoría ante los correntinos. Las habitaciones eran compartidas y Tomás fue mi primer compañero de pieza, por poco tiempo, ya que él y el ‘Burro’ Aníbal Ramón Castagno Luzardo (ver su registro) se fueron de la pensión antes de que se cumpliera un año de mi llegada. Se fueron para no comprometernos a los que no militábamos en política, ya que eran conscientes de lo que ello implicaba. Recuerdo las discusiones de política que tenía con Yebra. Yo venía –como te dije- de Junín con unas ideas muy cerca al gorilismo. Leía ‘Clarín’ y el ‘Noticias’ yo lo consideraba un panfleto (hoy creo que el panfleto es ‘Clarín’). Las cosas terribles que ocurrieron en esos años, especialmente después de la muerte de Perón y hasta el derrocamiento de Isabel, y por supuesto lo que vino después, me fueron quitando la venda que tenía en los ojos (y en el cerebro). A mí me gustaban mucho los cuadros que pintaba Tomás y ¡qué ironía! exponía a veces en el Palacio Municipal de La Plata, que inclusive hasta le compró alguno. En febrero de 1976 las cosas se habían puesto tan mal que hice mis valijas y me volví para Junín hasta que la cosa mejorara; así, concentrarse y estudiar era imposible. Una noche estaba tomando mate con mi madre mientras corregía cuadernos (ella era maestra) y escuché por la radio que en un enfrentamiento con un grupo subversivo que intentaba tomar el penal de Olmos, cayeron abatidos guerrilleros, entre ellos uno llamado Tomás Dalmiro Yebra. Inmediatamente me dije que eso no podía ser así. Luego me enteré que estaba pintando con un compañero y desde un auto los barrieron con una ametralladora. Considero que en el poco tiempo que convivimos nos hicimos verdaderamente amigos a pesar de nuestras diferencias ideológicas, que seguramente hoy no existirían. Lo que no sabía es que Aníbal Ramón Castagno Luzardo estuvo presente en ese mismo incidente. De él siempre creí que nunca más se supo nada. De Tomás aun conservo un cuadro que me regaló el día que dejó la pensión, al que yo consideraba uno de los mejores que pintó y él también apreciaba mucho”.