Roberto
Baschetti

Yovovich, Sergio Natalio

“Popi”. Nacido el 29 de enero de 1955 en el Chaco. Dejó un hijo de nombre Juan Pablo. Estudiaba Ciencias Económicas en la Universidad Nacional de La Plata; allí llegó desde Rojas, provincia de Buenos Aires. Pasó por la Juventud Universitaria Peronista (JUP). Se sumó a Montoneros. El sábado 24 de setiembre de 2011 fueron recuperados sus restos y exhumados en el cementerio de Rafael Calzada, provincia de Buenos Aires. Había sido asesinado en un operativo de represión efectuado por fuerzas combinadas de policía y ejército, en la localidad de Temperley –Barrio San José- , provincia de Buenos Aires, el 14 de octubre de 1977. Allí hubo un enfrentamiento armado. Ni él ni otros dos de sus compañeros de organización (Marta Ester Scotto y Juan Antonio Ginés; ver sus registros) quisieron entregarse vivos, por lo que resistieron en la casa en que habitaban. Una vez muerto, su cuerpo fue secuestrado y enterrado en una fosa común del cementerio de Rafael Calzada e identificado 34 años más tarde por el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). De este modo, familiares, amigos y compañeros tuvieron la oportunidad de despedirlo y rendirle un merecido homenaje cuando fue nuevamente enterrado en el cementerio Gloriam de Burzaco. Entre oraciones y testimonios se honró la memoria de aquel joven Yovovich que tenía tan solo 21 años y que en su corta e intensa vida supo dar muestras de su generosa solidaridad y compromiso con la causa de los más humildes y desposeídos. Su amigo y compañero Jorge Alessandro (hijo) lo recuerda así: “Apellido eslavo. Grandote, inmenso, pelo rubio y ojos claros. Gringo chaqueño típico. Aparentaba timidez, pero a medida que avanzaba en la charla asomaba cierta picardía. De inicio asumió con gran responsabilidad esa suerte de mandato familiar que, de una manera u otra los estudiantes del interior cargan cuando dejan sus hogares para continuar su formación en otro lugar y en su caso particular era muy consciente de ello. Por eso se dedicó a estudiar a pleno, pero también a buscar algún trabajo, que consiguió prontamente. Pese a su doble esfuerzo, era un tipo alegre, siempre con algún chiste o una broma a mano. Posiblemente como replica a alguna de sus jodas, alguien lo apodó “Popovich”, en una alusión directa a su apellido y después, de modo cariñoso, comenzaron a decirle “Popy”. Parecía casi una joda llamar así a semejante urso. También le decían “Cabezón”. Tenía siempre muy presente a su familia a quien realmente amaba y de la que se sentía amado. A su mamá Angelina, de quien seguramente heredó esa gran nobleza con la que vivió. A sus hermanos, de los que siempre hablaba con mucho afecto y les reconocía gozar del privilegio que le habían otorgado con su conformidad para que él se fuera a estudiar. Desde finales de los ’60 el país vivía horas de grandes torbellinos sociales y políticos que preanunciaban el paso de una etapa distinta, con la posibilidad cierta de una nueva institucionalidad, esta vez democrática y popular. Ese clima de época, que se colaba por todos lados, no fue ajeno a los universitarios, que como pasó con amplios sectores de la vida social argentina, habían comenzado a vivir un acelerado proceso de toma de conciencia sobre la realidad nacional. Ese fue el ambiente que le tocó vivir a Sergio en sus años de la Universidad, en un tiempo en que con avidez pudo ir armando un verdadero cuadro de situación, con elementos de su propia experiencia y los que logró incorporar desde una perspectiva teórica. Los primeros reactualizados por el recuerdo de la realidad social de su Chaco originario. Los últimos a partir de su encuentro con herramientas teóricas derivadas de la lectura de documentos vinculados a la Teología de la Liberación, a las que fue agregando, a modo complementario nociones provenientes del peronismo, que fueron amalgamando una progresiva y sólida convicción política. No le hizo falta mucho más (…) y entonces, con la misma responsabilidad que manejó su vida, su condición de hijo primero, de estudiante después, a partir de allí comenzó progresivamente a abordar su militancia política, con una consecuencia ejemplar. Con el tiempo llegó la noche más oscura y cruel de nuestra historia y el país se fue cargando de ausencias lacerantes, de vacíos irremplazables. Uno de ellos fue, inevitablemente el de Sergio (…) Su recuerdo ha estado siempre presente entre los que lo aprendimos a querer, para lo cual no fue necesario esfuerzo alguno, porque era un tipo fácil de querer, pero por sobre todo, digno de ser querido”. Otro compañero anónimo (por mi impericia para recordar su nombre) lo homenajeó militantemente con motivo de la recuperación de sus restos óseos: “En esos huesos rescatados de entre los innominados del osario, se redimen los huesos de Mariano Moreno envenenado y arrojado al mar; los de Manuel Dorrego fusilado por Lavalle; los del Chacho Peñaloza, lanceado, fusilado, degollado y su cabeza expuesta en una pica en la plaza de Olta, mientras su mujer, Victoria Romero, era obligada a barrer la citada plaza. Se redimen los huesos de los mártires de la Patagonia Trágica y los de Quebracho. Se redimen los huesos del cadáver secuestrado de nuestra eterna abanderada Evita; los del general Juan José Valle y los fusilados de José León Suárez; los de Felipe Vallese y los fusilados de Trelew. Finalmente se redimen los huesos de todos nuestros desaparecidos y los que ofrendaron su vida por la Liberación Nacional y Social de nuestra Patria. Porque el odio de la oligarquía y sus personeros se ensaña hasta con los huesos de nuestros héroes y mártires populares, desde siempre. El odio ha sido su misión histórica y su único objetivo de vida. ¿Cómo se puede sino, vivir para ocultar la identidad de un hijo apropiado? ¿Quién sino un perverso, puede encontrarle un sentido semejante a la vida? Qué bueno ha sido, Compañero, participar de tu sepelio para poder gritar ante tus huesos, hasta entonces insepultos que “A pesar de las bombas, de los fusilamientos, los compañeros presos, los desaparecidos… ¡No nos han vencido!”.