Falleció en el policlínico Argerich el 30 de abril de 1955. Estudiante de 3º año de la Escuela de Farmacia y Bioquímica dependiente de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y ayudante del gabinete químico de la Policía Federal. Unos días antes, el martes 26 de abril de ese mismo año una bomba de gran poder destructivo fue colocada en el edificio de la Confederación General Universitaria (CGU), brazo gremial universitario del peronismo en el gobierno. Ocurrió en Alvear 1690, esquina Rodríguez Peña, barrio de Recoleta. Sus “anónimos” depositarios fueron comandos civiles (“gorilas”) de la ya en gestación “Revolución Libertadora”. Detectado dicho artefacto explosivo fue retirado y llevado al Departamento Central de Policía (Azopardo 650). Cuando se trataba de desarmarlo, explotó y mató instantáneamente a Roberto Garmendi, auxiliar 1º del taller mecánico de la Policía Federal, días más tarde –como se señala en esta reseña- acabó con la vida de Zapico, y al día siguiente cobró su tercera víctima, el estudiante de 5º año de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, Juan Carlos José Troytiño. El padre de Miguel Ramón Zapico era director de Gendarmería Nacional y los restos de su hijo fueron acompañados hasta su última morada por una doble fila de estudiantes peronistas de la primigenia UES (Unión de Estudiantes Secundarios) y de la CGU ya citada, que le rindieron su póstumo homenaje. La foto que ilustra esta reseña es todo un paradigma de la violencia política de las clases dominantes en Argentina. Se ve una escena del velatorio del compañero Zapico y quien se acerca al féretro de uniforme y lo mira consternado es el Mayor del Ejército Argentino y edecán del Presidente de la República y luego delegado de Perón en el exilio, Bernardo Alberte (ver su registro), el mismo que fue asesinado veintiún años más tarde por la última dictadura cívico-militar que asoló nuestra patria, por ser consecuente con las banderas históricas del peronismo revolucionario.